Rodeaba todo lo referente a la celebración con un cuidado exquisito e infundía en los presentes esos mismos sentimientos, de tal manera que las alumnas y profesoras que podían participar lo consideraban una gracia especial.
En 1934 Poveda recordará a los miembros de la Institución Teresiana que la primera vocación a la Obra fue la suya que se despertó en Guadix, y que Santa Teresa le había acompañado siempre en toda la tarea fundacional. (…)
De este período (años veinte) es también la mística de la Cruz, con el Crucificado como centro. Del Crucifijo del educador de los primeros tiempos, pasa al Crucifijo ´fuerza, poder y tesoro´. Mirar al Crucifijo y obrar según el crucifijo hasta dar la vida. Una fotografía de Pedro Poveda orando ante el Crucifijo de su mesa de trabajo ofrece la experiencia que él transmitió a la familia teresiana.
Un año antes de su muerte en la Semana Santa de 1935, Pedro Poveda ofreció a los miembros de la Institución una serie de consideraciones sobre la mansedumbre, que hoy traducimos en no violencia, ambientadas en la contemplación de la pasión de Cristo. Constituyen su testamento rubricado con la sangre.”